ARTÍCULO 5. Hasta que el silencio se transforme en un grito de libertad que retumbe en todos los rincones del mundo: Resistencia de las Mujeres de Afganistán
Hasta que el silencio se transforme en un grito de libertad que retumbe en todos los rincones del mundo: Resistencia de las Mujeres de Afganistán
Con una ley que se viste de virtud, pero que carga con las sombras del patriarcado, los talibanes buscan callar la palabra de las mujeres afganas, tapar su rostro, ocultar su presencia, silenciar sus voces no solo en las plazas y calles, sino en la memoria misma de su pueblo. La imposición de la «Ley de Promoción de la Virtud y Prevención del Vicio» por parte de los talibanes en Afganistán es un acto que encarna la violencia patriarcal en su forma más extrema, reforzando una estructura de poder basada en la dominación y el control sobre las mujeres. Esta ley, que restringe severamente la libertad de las mujeres al obligarlas a cubrir sus cuerpos y rostros en público y al prohibir que sus voces se escuchen fuera de sus hogares, no solo las despoja de sus derechos humanos fundamentales, sino que también perpetúa un sistema de masculinidades hegemónicas que impide cualquier forma de equidad de género. Es el mismo rostro del opresor que se disfraza con otras máscaras, que en su miedo a lo diferente, a lo libre, intenta controlar, dominar y hacer suyo lo que nunca podrá poseer: la dignidad y la rebeldía de las mujeres.
Es fundamental analizar cómo esta ley refuerza y reproduce un modelo de masculinidad que se sostiene en la opresión de las mujeres y en la violencia como herramienta de control. La imposición de normas estrictas sobre los hombres, como las reglas sobre el largo de la barba y la vestimenta, es un claro ejemplo de cómo el régimen talibán refuerza una versión hegemónica de la masculinidad que se define por la obediencia ciega a un código moral rígido y la vigilancia constante.
Este tipo de masculinidad no solo oprime y subordina a las mujeres, sino que también ejerce una presión constante sobre los hombres para que se ajusten a un ideal rígido y restrictivo. Este ideal les impide mostrar cualquier signo de vulnerabilidad, compasión o empatía, y les exige una adhesión incondicional a las normas del poder y el control. Al imponer esta imagen distorsionada de lo que significa ‘ser hombre’, se limita la posibilidad de que los hombres exploren otras formas de ser y relacionarse, tanto consigo mismos como con los demás, perpetuando un ciclo de violencia y alienación emocional que afecta a toda la sociedad.»
Este enfoque nos permite ver cómo la ley talibana no es simplemente una cuestión de control político y/o religioso, sino una manifestación de una guerra simbólica contra cualquier forma de disidencia que desafíe las normas patriarcales. Al imponer estas restricciones, los talibanes no solo buscan controlar los cuerpos y las vidas de las mujeres, sino también perpetuar un sistema de poder que deshumaniza a todos los que viven bajo su régimen. Es también vital reconocer que esta lucha no se limita a la tierra Afgana, las estructuras patriarcales que los talibanes representan son reflejos de dinámicas globales que perpetúan la violencia de género en diversas formas.
Vemos que la lucha de las mujeres afganas es también nuestra lucha, que su silencio impuesto es el eco de tantas voces que han querido callar a lo largo de la historia. Porque lo que sucede en Afganistán no es solo una batalla de las mujeres por sus derechos, es una lucha de todos los pueblos por la vida, por la libertad de ser y de soñar. Y en ese soñar, las masculinidades sentipensantes nos recuerdan que no basta con estar en contra de la opresión, sino que hay que construir, día a día, un nuevo mundo donde todos y todas tengan un lugar, un mundo donde ser hombre no signifique oprimir, sino cuidar y acompañar en el camino.
Hasta que el silencio se transforme en un grito de libertad que retumbe en todos los rincones del mundo.